Tarpanes
y uros, ancestros de los caballos y toros domésticos actuales, poblaron Europa
desde hace más de setecientos mil años hasta hace apenas unos siglos, si bien
su espacio fue ocupado anteriormente por otros representantes próximos, como équidos
estenónidos y Leptobos.
El
uro (Bos primigenius) desapareció en
Polonia a mediados del siglo XVII, mientras que los tarpanes o caballos
salvajes (Equus ferus) lo hicieron en
Rusia algo más tarde, durante la segunda mitad del XIX.
Hasta
época romana fueron animales comunes del medio europeo, y aún en época
medieval lo seguían siendo por las inhóspitas regiones centrales y orientales
del continente, poco castigadas por el efecto antropogénico de las culturas
mediterráneas, más relevantes hasta entonces por su impronta transformadora de los ecosistemas.
No
cabe duda de que estos dos representantes se cuentan entre los objetivos
prioritarios a la hora de poner en marcha un proceso rewilding que devuelva a Europa su biodiversidad perdida en cuanto
a mamíferos se refiere.
Sin
embargo, lo que ya no está tan claro es cómo suplir su hueco, su vacío, a
partir de las posibilidades actuales.
En
mi opinión, y como directriz principal, la hoja de ruta debería pasar, antes
que por ningún otro criterio, por la funcionalidad de los componentes a
recuperar.
Es
decir, como primer objetivo ineludible debería atenderse a la cuestión de encontrar
candidatos que, de forma libre, al menos en algunos enclaves propicios, pudieran
cumplir con la misma función que antaño llevaron a cabo sus
ancestros salvajes.
A
partir de aquí el abanico de posibilidades, matices y criterios, en uno u otro
sentido, se amplia de forma considerable a la hora de decantarse por los
animales que, a día de hoy, podrían reunir los requisitos para coronarse como nuevas
especies silvestres de pleno derecho de la fauna europea del presente.